(22/04/25 - Ciudad del Vaticano)-.El paso de Jorge Vergoglio, Francisco, por su papado ha marcado de una manera contundente a la iglesia católica en lo concerniente a ritos y costumbres funerarias. El Papa argentino se caracterizó por una mandato desenfadado, lejos de la ostentación y cercano a su pueblo y antes de morir se encargo de las reformas necesarias para que su ceremonia mortuoria estuviera en la misma sintonía.
Francisco, el primer pontífice latinoamericano, no solo transformó la Iglesia Católica en vida: también lo hizo al planear su despedida. Fiel a su estilo, el papa argentino decidió dejar instrucciones precisas para que su funeral no refleje el boato del poder, sino la humildad del pastor.
Nada de fastuosos ritos vaticanos, ni símbolos de grandeza. Su deseo fue claro: que su muerte sea tan austera y cercana como lo intentó hacer su vida pública.
En noviembre de 2024, el Vaticano publicó una versión revisada del ritual fúnebre papal, adaptada a los pedidos de Francisco. Se eliminó la tradición de los tres ataúdes, el uso del catafalco y hasta ciertos títulos honoríficos que solían acompañar al pontífice.
También pidió ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, un lugar profundamente vinculado a su devoción mariana, en lugar de la tradicional tumba en San Pedro.
Su anillo papal, tal como marca la tradición, será destruido, pero no como gesto de poder que termina, sino como símbolo de un ciclo de servicio que se cierra. Todo fue pensado para dejar en claro su mensaje final: no es el trono lo que dignifica a un Papa, sino su entrega al pueblo.
El peso de la tradición: ataúdes, catafalcos y ceremonias imperiales
Durante siglos, la muerte de un Papa fue sinónimo de rituales minuciosos y majestuosos. La tradición establecía que el cuerpo del pontífice debía reposar en tres ataúdes: uno de ciprés, otro de plomo y uno final de roble, sellados entre sí como capas simbólicas de protección y solemnidad.
Además, el funeral solía incluir una misa de réquiem en latín, el uso de vestimentas litúrgicas ornamentadas, el toque de campanas y procesiones que evocaban más a una monarquía absoluta que a una comunidad de creyentes. Todo el proceso reforzaba la figura del Papa como líder supremo y cabeza del Estado Vaticano.
Francisco, el Papa que eligió una despedida sin privilegios
Francisco decidió cortar con esa lógica de poder y distinción. En la reforma que encargó al ritual fúnebre papal en 2024, simplificó cada paso del protocolo. Los tres ataúdes fueron eliminados, y en su lugar se usará uno solo, de madera sencilla.
El cuerpo no será expuesto en un catafalco, sino que se optó por una disposición más austera. También pidió que se eviten los títulos honoríficos en su lápida, que solo llevará su nombre, y eligió ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, donde siempre rezó antes y después de cada viaje. Allí descansa como un peregrino más, no como un monarca.
Incluso durante las exequias, el Papa pidió que la liturgia sea en idioma vernáculo -no en latín- y con participación activa de la comunidad. Cada gesto apunta al mismo mensaje: el Papa no es un príncipe; es un servidor.
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