(27/12/22 - Arqueología)-.En la costa sur del Perú, a 660 metros sobre el nivel del mar, se extienden las pampas de Nasca, uno de los lugares más áridos del planeta. Esta desértica planicie de más de 500 kilómetros cuadrados guarda un tesoro arqueológico que no ha dejado de desconcertar a los investigadores: las enigmáticas líneas de Nasca. Desde su descubrimiento en 1927, se han formulado diversas teorías para explicar las razones por las que se trazaron estos dibujos
Estos dibujos realizados en el suelo del desierto, llamados geoglifos, ocupan un área de 50 kilómetros de longitud y cinco de ancho entre las pampas de Nasca y de Palpa, cuya superficie está cubierta por cientos de líneas rectas, en zigzag y trapezoidales, de tamaños diversos. Pero las que más han sorprendido a los investigadores y excitado la imaginación de quienes las han contemplado son las que forman dibujos de animales, plantas y seres antropomorfos, que se concentran en la pampa de San José: aves (un cóndor, un colibrí, un pelícano), un mono, una araña, un lagarto, unas manos humanas... En total, unas treinta, todas de dimensiones extraordinarias, como el ave fragata, de 135 metros de largo, o la iguana, de 187.
Dibujos en el desierto
Aunque ya fueron observadas en 1547 por el conquistador español Pedro Cieza de León, que en sus crónicas hizo referencia a «señales» en el desierto, las líneas de Nasca no despertaron interés arqueológico hasta 1927, cuando el arqueólogo peruano Toribio Mejía Xespe fue informado de la presencia de unos misteriosos signos en el suelo de la costa peruana y realizó las primeras investigaciones sobre el terreno, llegando a la conclusión de que se trataba de caminos incas.
El antropólogo norteamericano Paul Kosok realizó un viaje por el sur del país en la década de 1930 y se detuvo en lo alto de una meseta para contemplar las singulares líneas que cruzaban la pampa. Decidido a estudiarlas, limpió algunos trazos y su asombro no tuvo límites cuando comprobó que uno de aquellos dibujos adquiría la forma inconfundible de un enorme pájaro en pleno vuelo. Kosok sobrevoló los cielos de Nasca en 1939, asombrándose con la visión de unos geoglifos que sólo podían ser apreciados en todo su esplendor desde el aire. Llegó a la conclusión de que las figuras se relacionaban con constelaciones, solsticios y equinoccios; estaba seguro de hallarse ante el libro de astronomía más grande del mundo.
Pero aún persistía el misterio de la autoría de las líneas. Se llevaron a cabo estudios iconográficos de los dibujos y se identificaron algunos motivos con diseños que aparecían en las cerámicas y tejidos nasca, por lo que ya desde el principio se relacionó a las líneas con esta cultura local preincaica , que se desarrolló en la zona entre los años 100 y 600 d.C. (en años posteriores, las dataciones de Carbono 14 corroboraron esta autoría).
Los nasca trazaron estos extraordinarios diseños mediante surcos excavados en el suelo, a una profundidad que va desde treinta centímetros a un milímetro. El color claro del subsuelo hace que los dibujos resultantes sean claramente visibles. Asimismo, la aridez del lugar, con menos de un litro de precipitaciones al año, y la composición del terreno han contribuido a su conservación.
Calendario cósmico
En 1932 llegó a Perú la matemática alemana María Reiche, huyendo de la grave crisis económica que asolaba su país y del auge del nacionalsocialismo. En Cusco aceptó trabajar como institutriz de los hijos del cónsul alemán. Fascinada por la cultura peruana, poco después se estableció en Lima como profesora de alemán y más tarde consiguió un puesto en el Museo de Arqueología, donde trabajó con el famoso arqueólogo peruano Julio C. Tello. Allí, en 1939, conoció a Paul Kosok, y éste la convenció de que le acompañase a Nasca para ayudarle en sus investigaciones.
Desde entonces y hasta su muerte, acaecida en 1998, María Reiche se dedicó al estudio, conservación y defensa de las líneas. Como Kosok, estaba convencida de que las líneas constituían un inmenso calendario astronómico y de que se trazaron para señalar la salida de ciertas estrellas que marcaban los períodos de siembra. «Fueron construidas en asociación con los fenómenos astronómicos de mayor frecuencia, registrando la salida de estrellas como Sirio, Canopus y Alpha Aurigae... funcionando como un gran calendario agrícola», manifestó. Recogió sus teorías en varios libros de gran éxito. como Contribuciones a la geometría y la astronomía en el Perú antiguo, publicado en 1968.
El hecho de que estas líneas sólo puedan contemplarse desde el aire ha hecho surgir toda clase de teorías, como la del suizo Erich von Däniken, quien en los años setenta afirmó que eran pistas de aterrizaje para naves extraterrestres. Pero para María Reiche la explicación es otra: «Es de suponer que si los autores de las líneas no podían volar, sólo en la imaginación podían percibir el aspecto de sus obras y deben haberlas planeado y dibujado de antemano en una menor escala». Aun así, en 1975, Jim Woodman y Julian Nott intentaron demostrar que los nasca pudieron volar y quizá dirigieron esta labor desde el aire. Para ello, utilizando elementos naturales, confeccionaron un globo aerostático en forma de pirámide invertida que ascendió 130 metros hasta que empezó a desinflarse y descendió bruscamente, con lo que esta hipótesis no se pudo demostrar.
Nuevas teorías
Últimamente han surgido nuevas teorías que refutan las tesis de Kosok y Reiche sobre una interpretación astronómica de las líneas, como la de Toni Morrison, quien relaciona las líneas con los cerros y lugares sagrados, o la de Alberto Rossell, que afirma que según su antigüedad, forma o tamaño cumplieron funciones distintas. Pero la teoría más aceptada hoy día es la del arqueólogo norteamericano Johan Reinhard, explorador residente de National Geographic Society.
A partir de mediados de los años ochenta, Reinhard ha propuesto que el sentido de las líneas, en una región tan árida como Nasca, era invocar el agua a través de ritos de fertilidad. Según él, las líneas rectas tenían un carácter ritual y su función debió de haber sido conectar espacios sagrados o de adoración, como la cima de una montaña, donde se habrían realizado ofrendas a los dioses para obtener agua.
Las investigaciones llevadas a cabo por el Proyecto Nasca-Palpa desde 1997 parecen corroborar esta hipótesis, ya que se ha comprobado que algunas líneas señalan canales subterráneos y en algunos montículos de la zona se han hallado conchas de Spondilus, un molusco que era un importante símbolo religioso relacionado con la fertilidad.
La importancia del agua para los nasca viene atestiguada también por los acueductos subterráneos que construyeron. Pero, al final, ni los rituales ni las infraestructuras que idearon para canalizar y almacenar el agua lograron salvarles de la sequía extrema que llevó a su desaparición. También los impresionantes geoglifos que dejaron en las pampas están ahora amenazados: turistas, vehículos, buscadores de tesoros e incluso el cambio climático hacen peligrar este tesoro arqueológico. Como ya apuntó María Reiche: «En poco tiempo no quedará nada de este valioso legado. Es urgente tomar medidas para evitar su destrucción».
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