En 1860, Auguste Mariette, por entonces director del Servicio de Antigüedades de Egipto, se encontraba trabajando en la necrópolis de Saqqara, a unos veinte kilómetros de El Cairo, un yacimiento que desde hacía unos años era su nuevo centro de operaciones.
Allí había descubierto hacía una década el serapeum, el lugar de enterramiento de los sagrados toros Apis, un espacio laberíntico repleto de gigantescos sarcófagos de piedra que contenían las momias de estos bóvidos. Mariette acababa de hacer otro importante descubrimiento en la necrópolis: una mastaba del Reino Antiguo, concretamente de la dinastía III (2592-2544 a.C.), en la cara norte de la pirámide escalonada. Se trataba de la tumba de un hombre llamado Hesire, que vivió durante el reinado de Zoser, el constructor de la pirámide.
El arqueólogo excavó la estructura de la sepultura, hecha con ladrillos de barro, e hizo un descubrimiento sorprendente que él mismo describe así: "La tumba de Hesire está construida de ladrillos de color amarillo y la cámara principal consiste en un largo corredor repleto de nichos rectangulares. Fue detrás de esos nichos donde encontramos las tablas...".
Mariette descubrió en Saqqara una mastaba del Reino Antiguo, concretamente de la dinastía III, en la cara norte de la pirámide escalonada. Se trataba de la tumba de un hombre llamado Hesire, que vivió durante el reinado de Zoser, el constructor de la pirámide.
Pero ¿de qué tablas hablaba Mariette? En el transcurso de sus excavaciones en la tumba de Hesire, el arqueólogo descubrió cinco tablas de madera de cedro decoradas con magníficos relieves que medían aproximadamente un metro de altura. Las tablas fueron extraídas y llevadas al Museo de Bulaq, en El Cairo, antecedente del Museo Egipcio de la plaza Tahrir.
Por Carmé Mayans
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